Láminas antes de la pandemia

   Con frecuencia haciendo senderismo urbano, nos allegábamos a un barrio limítrofe al nuestro. Su edificación era prácticamente foránea y antigua, de la época que llegó el ferrocarril y un torbellino de inmigrantes que luego se fue mestizando, desapareciendo o mudándose.

   Los bloques eran de tres pisos, de gran altura cada uno, rodeaban en ángulo lo que sería la plaza central, con su bandera y su mástil; al llegar a ese punto de la urbanización desaparecían las alturas de los edificios, surgiendo otro tipo de arquitectura que se desplazaba por toda la zona restante. Había casas pequeñas y otras más amplias; no superaban los dos pisos y algunas contaban con buhardillas, tenían jardines, invernaderos o amplios patios; eran modernas y construidas con otro estilo.

   Lo que nos llamaban sumamente la atención era que mientras se veía muy poca gente, los gatos abundaban, invadiendolo todo, estos últimos se adueñaron de los techos, de la plaza, los jardines y los patios, correteaban por las aceras y las calles; dormían al sol o merodeaban de aquí para allá.

   Siempre me había sorprendido como esa comunidad astronómica de gatos se adueñó del lugar; habían despojado a simple vista a los humanos.

   La respuesta que hallé fue solo una, que estos animalitos eran abandonados en un sitio lindante, verde y arbolado; dicho lugar era muy bonito, cercano a un centro de investigaciones, estaba despoblado y esto parecía ahuyentar a los felinos que en busca de nuevos territorios se acercaban a la urbanización que invadieron, y fueron muy bien acogidos por algunas personitas mayores que los alimentaban.

   Y así este barrio era un reinado para los gatos, con alimento seguro, pocos niños, autos y perros.  

                                                                                                                                                       eLY.